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sábado, 5 de septiembre de 2009

DEVONSHIRE, PUEBLO MÁRTIR DE LA MISA

En vista de los muchos abusos y sacrilegios que comete la iglesia conciliar contra el Santo Sacrificio de la Misa, no nos queda más que preguntarnos con tristeza: ¿Acaso los mártires de la Eucaristía murieron inútilmente? Estos mártires dieron su vida por defender la verdadera Misa contra aquellos que la querían destruir, ¡y ahora muchos católicos aceptan la misa negra (la del Novus Ordo), dando de mano con la Tradición!
  
Por esta razón traigo a vosotros la historia de los mártires de Devonshire (Inglaterra), que en el siglo XVI, en pleno auge de la herejía protestante, prefirieron la muerte en vez de aceptar una religión falsa. Esta masacre fue orquestada por el maldito "arzobispo" Tomás Cranmer, quien le propuso al impío Enrique VIII destruir la Eucaristía, y de paso eliminar a la Fe Católica. Y sucedió de esta guisa:
  
DEVONSHIRE, PUEBLO MÁRTIR DE LA MISA
Masacre contra los Católicos de Devonshire a manos de los luteranos (grabado de la época)
 
Nuestro pensamiento vuela a Devonshire cuyos habitantes fueron masacrados en las formas más espantosas por extranjeros alemanes de religión luterana, traídos para el caso por Tomás Cranmer. Niños, mujeres, ancianos, hombres del campo, perecieron en formas indescriptibles. y al mismo tiempo que por toda la ciudad se levantaba un vaho de silencio y de muerte, el "arzobispo" Cranmer celebraba la victoria con un banquete ofrecido a las autoridades civiles y militares, en la ciudad de Londres...

Tomás Cranmer, "arzobispo" anglicano y genocida

La desvergüenza de aquel pueblo, diría Cranmer, había llegado a su máxima expresión al rebelarse contra el gobierno establecido y exigirle que el latín fuera impuesto nuevamente en la celebración del Sacrificio de la Misa.
 
Cranmer aseguraba que "el poder de la gran prostituta, esto es, la pestífera Sede de Roma, descansa en la doctrina papal de la transubstanciación, de la Presencia Real de la carne y sangre de Cristo, en el sacramento del altar, y en el Sacrificio de la Misa" (premisa que sostienen los conciliaristas). Por ese motivo inició el tirano una labor para destruir el poder de Roma, empleando tres medios principales: el uso de la lengua vernácula, la sustitución del altar por una mesa y el cambio de las fórmulas del Canon de la Misa.
 
Decía Cranmer: "La forma de una mesa es el uso correcto de la Cena del Señor, porque el uso de un altar, es hacer un sacrificio de lo que sólo es una cena; mientras que la mesa, es para el uso del pueblo, para que coman en ella". "Nadie puede negar, pues, que lo más apropiado es una mesa para la cena, que un altar que da idea de sacrificio".
    
Se demolieron los altares, se quemaron libros en latín, que según los más serios historiadores, hasta medio millón en población de tres millones, se implantó el vernáculo en los oficios, se adoptó la mesa protestante cara al pueblo, y se ordenó que el pan para la celebración de la cena, fuera del uso común. Se prohibió la comunión de rodillas porque Cranmer decía: "...era reconocer la presencia real de Cristo, como predicaba el Papa, desde su pestífera Sede, en algo que ciertamente no la había".
  
Los habitantes de Devonshire levantaron una protesta. Pedían la restauración de la antigua Misa, pedían que el Santísimo Sacramento fuera puesto como antes, en el centro de los templos. Todo el pueblo levantó sus voces contra el tirano demoledor de la fe. "No aceptaremos, decían, los nuevos ritos, porque son profanos, porque son como juego navideño, sino que tendremos nuestros antiguos ritos, los Maitines, las Vísperas, las procesiones, las letanías de Nuestra Señora, y todo eso en latín, y haremos que cada predicador en su sermón y cada sacerdote en su Misa, pidan nominalmente por las almas del Purgatorio como lo hicieron nuestros antepasados. Queremos que se distribuya la ceniza y las palmas, el agua bendita y las bendiciones".
  
Salieron los poderosos ejércitos para controlar la insurrección. Un nutrido número de hombres saliendo de la ciudad con paso firme y armados con instrumentos de labranza hacia donde estaba la columna asesina... ahí quedaron, traspasados por las armas enemigas. Luego la población fue masacrada. Nadie escapó. Muchos mercenarios luego de ver el horror de todo aquello, corrían al Nuncio para que los absolviera de lo que habían hecho y les diera penitencia.
  
Sacado de la revista "ROMA", Nº 32, del Verano austral 1973/74

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+Jorge de la Compasión (Autor del blog)

Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)